Walden, de H.D.Thoreau (Alianza) Traducción de Carlos Jiménez Arribas | por Francisca Pageo

H.D.Thoreau | Walden

Henry David Thoreau se fue a vivir a los bosques, exactamente a Walden, porque quería vivir en soledad, quería experimentar la vida de otro modo que no fuera capitalista. Así, Thoreau se convertiría en un humano excepcional y radical que buscó en la vida un aliciente vivo y útil para expandirse. Intentó escapar de la sociedad del s.XIX que habitaba, en Concord, Massachusets, por lo que fue un hombre profundamente inconformista y audaz. No solo era un filosofo o un poeta, sino también un cartógrafo del lugar en el que residió y que le hizo a sí mismo. Inspiraría a muchos jóvenes a hacer lo mismo en un mundo que cambia y que es cambiante. 

“Vivir significa tomarse su tiempo”, escribe. Para él, lo principal, es vivir la vida lo más sencilla posible: plantando judías, cortando leña, pescando. Consideraría la contemplación como una parte más de su vida en la naturaleza, pues el paisaje reacciona con la vida del que lo contempla. Así, Thoreau viviría una vida de la experiencia de los sentidos, del mundo sensual, del mundo empírico. Para él todo hallazgo natural es algo de lo que se puede aprender y no encontraría frontera entre naturaleza y cultura, por lo que estamos, sin duda, ante un libro que revolucionó el mundo de las ideas y de los sentidos al hacer hincapié en estos. Era, lo que se dice, un soñador realista y en Walden da cuenta de ello. Es un libro que nos hace mirar alrededor y convierte en estado para Thoreau lo que para nosotros son meros instantes. La contemplación se vuelve espejo y el autor se vuelve uno con los elementos que mira: las ranas, los bosques, las lagunas. 

¿Cuál es la naturaleza de mi naturaleza? ¿Qué es vivir en el mundo? Preguntas como estas son las que nos proporciona Walden y una no cesa de preguntarse si lo vivido por Thoreau no es más que un sueño que nos ha sabido trasladar a este mundo, pues en poco se parecen ambos. Me pregunto si las preguntas que se hacía Thoreau son las mismas que nos hacemos nosotros. Algo debe haber que las una, pues este no es solo un libro intelectual, es un libro de los sentidos, de lo que sentimos y lo que experimentamos. Es un libro  que Thoreau vivió dos veces: primero lo experimentó, y después volvió a experimentarlo escribiéndolo. Para él divagar no era más que reflexionar, dejar constancia de lo visto y lo vivido para dar paso a otra fase más completa. Era un intelectual, pero también era un hombre natural, seducido por unos bosques que lo acogerían y lo harían uno más de su familia. 

Estamos ante un libro del que se guarda un buen poso, pero que en su lectura se vuelve denso. Es un libro para leer sin prisa pero con pausa debido a todos los interrogantes que nos proporciona. Todo ocupa su lugar y hay que observar durante horas y horas para aprender del bosque, eso es precisamente lo que Thoreau hizo. Aprendió de él y nos lo enseña de tal manera que poco podemos hacer con nuestros conocimientos. Hay quien sigue sus pasos hoy en día, quizá los pudientes y los más valientes. Será cuestión de escucharles para ver si nos quieren decir lo mismo que Thoreau hizo. 


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